Renau

(Extracto del TFM «EL TITÁN EN VALENCIA», de Javier Parra)

Josep Renau Berenguer, pintor, cartelista, fotomontador y muralista nacido en Valencia en 1907. Fue hijo del pintor y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia José Renau Montoro, en la que ingresó con doce años para estudiar Bellas Artes entre 1919 y 1925, y donde también fue profesor entre 1932 y 1936.

Trabajó en la litografía Ortega, donde aprendió los oficios de litógrafo y pintor. Durante sus primeros años en el cartelismo estuvo muy influenciado por la estética Art Decó, y a partir de 1931, cuando se afilia al Partido Comunista de España, sus trabajos empiezan a adquirir un fuerte compromiso social.

Realizó múltiples colaboraciones con publicaciones de los años 20 y 30 como Estudios, Orto, Taula de Lletres Valencianes o La República de les Lletres realizando portadas, ilustraciones y fotomontajes, y fundó la revista Nueva Cultura en 1935, que tuvo un papel destacado en la organización de las fuerzas de la cultura en contra del fascismo, y en la organización del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura.

En 1936 fue nombrado Director General de Bellas Artes, cargo desde el que protagonizó episodios trascendentales de la Historia del Arte, como el Salvamento del Patrimonio Artístico Nacional o el encargo a Pablo Ruiz Picasso del Guernica para la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de París de 1937.

Tras la guerra, pasó por el campo de concentración de Argelès-sur-Mer y acabó exiliado en México, donde colaboró con el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros.

En 1958 dejó México para instalarse en la República Democrática Alemana, donde realizó varias obras murales y donde falleció en 1982.

La relevancia de Josep Renau en la historia del arte del siglo XX y la pertinencia de su obra y su pensamiento en el siglo XXI es quizá tan importante como poco reconocida.

Si bien es cierto que no podemos decir que Renau sea un perfecto desconocido, la realidad es que el alcance que tuvieron sus aportaciones artísticas, teóricas y organizativas fueron mucho mayores de lo que podría parecer a tenor del poco conocimiento que existe sobre estas, no solo entre la población, sino también en la mayoría de los ámbitos políticos e institucionales.

Renau no solo fue un excepcional artista, sino un intelectual preparado en muchas disciplinas, y aunque no es la intención de este trabajo adentrarse en la vida y la trayectoria de Josep Renau, sí creemos importante hacer una breve referencia a algunos episodios de su vida en los que se forjó su visión sobre el arte, para contextualizar esta investigación.

Su padre fue pintor y profesor, lo que le hizo crecer en un ambiente artístico, rodeado de obras de arte y ya desde niño con un pincel en las manos. Sin embargo, su formación en la Escuela de Bellas Artes (1919-1925) estuvo marcado por la misma lucha contra el academicismo que en esos momentos se estaba viviendo en otros países de Europa.

Al joven estudiante Renau le causaba una tremenda confusión el desinterés de sus compañeros por la enseñanza académica y por la burla que hacían de ella y de grandes maestros como Goya, Zurbarán o Sorolla. Aquellos simples estudiantes, con un talento aún por demostrar, se atrevían a ironizar y burlarse de los grandes maestros.


Aunque Renau comprendía que el academicismo era un peso inerte en la formación artística, no sabía como sustituirlo, y eso también sucedía durante aquellos años en las mentes de muchos estudiantes de las Escuelas de Bellas Artes de Europa.

Quizá en la búsqueda de esa alternativa el propio Renau protagonizaría varios escándalos en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia que relataría al galerista Manfred Schmidt:

“En aquella época yo estaba muy desinformado. Los métodos académicos eran terribles. A mí me atraía el color. En la Escuela había un modelo muy viejo, de 70 años, con piel de pergamino, que posaba con una luz cenital… Yo estaba cansado de tanto gris.

Y un día me cabreé, era una pintura del hombre viejo ese, de espaldas, y empecé a ponerle violeta puro y verde puro en la espalda. La gente pensó que me había vuelto loco. Y se armó el lío

[…]

Empecé a adquirir fama a los 18 años. Imprimí un manifiesto contra la escuela, contra los profesores. Fue un escándalo. Me quedé solo, absolutamente solo. Los demás se ensañaban conmigo. Tuve una etapa de crisis muy fuerte. Mi padre incluso me castigó. Me sacó de la escuela y me metió en una litografía. Trabajaba ocho horas, y en las cuatro libres ayudaba a mi padre. Luego empecé a defenderme solo, cuando empecé a hacer carteles publicitarios. Finalmente, terminé mis estudios en la Escuela de Bellas Artes.

Trabajé en artes gráficas para ganarme la vida,
porque había aprendido litografía”.

Aquella juventud marcada por la tormenta de las batallas antiacadémicas de principios del siglo XX, dejarían su impronta en la personalidad y el pensamiento de Josep Renau, quien sin ser un vanguardista, sí que se impregnaba de todo el torrente revolucionario que en el arte y la política recorría Europa y el mundo, lo que hizo que su trayectoria artística y personal estuviese profundamente ligada con su compromiso político (“Soy un comunista pintor, no un pintor comunista”, solía decir).


Aunque quizá uno de los episodios más trascendentes tuvo lugar cuando el joven Renau era aún muy jóven, y lo cuenta el propio artista ya en 1977:

“Yo pintaba entonces paisajes, naturalezas muertas, retratos de todos mis hermanos, de la madre de mis hijos, pintaba manos. Pero jamás se me ocurrió especializarme en nada. Recuerdo que un final de curso, en mitad de una de mis crisis, un día de mucho sol y mucho calor, en la calle donde estaba mi casa, en un antiguo barrio árabe de paredes encaladas, salgo de la escuela y veo unos carteles anunciando jabón pegados sobre la cal. Me hicieron una impresión tremenda. Empecé a pensar, “Coño, como brillan los colores en el sol”.

Yo me había pasado media vida en el museo con mi padre, restaurando lienzos viejos y grabados grises, y de repente me impresionaron esos colores pegados en la pared. Me dije, “Eso lo ve toda la gente que pasa por ahí”. Fue el aspecto quizá más importante de mi revolución interior.

Mi padre trabajaba en un museo excelente, con pinturas de todas las épocas y de muchos maestros, como Velázquez. Y a mí me impresionaba que siempre estaba vacío, incluso en los días de visita. Me daba tristeza. ¿Para esto quiere uno ser pintor? Por otro lado, las exposiciones de la época… en Valencia solo había una galería, el Círculo de Bellas Artes, una sociedad de pintores. Yo iba a ver las exposiciones, y también solo había cinco, seis o siete personas. Algo deprimente.

Esto era un contraste con el cartel de la calle que veía todo el mundo. Empecé a preocuparme por otra función del arte. Yo había vivido el extremo más negativo de la museografía: un buen museo donde no iba nunca nadie y exposiciones, donde nunca iba nadie tampoco, salvo los amigos de los pintores que exponían.

Aquello me ligó con la realidad. Me impresionó lo de los carteles de colores, porque entonces no era algo común los carteles de publicidad. Eso fue más o menos cuando yo tenía 15 años”.

PENSAMIENTO Y VIGENCIA ACTUAL

A partir de muchos escritos del artista, en forma de artículos y libros – “he escrito más que he pintado”, dijo en los últimos años de su vida – podemos resumir la visión artística de Renau en una serie de puntos, sobre los que se podría profundizar muy ampliamente, pero que demuestran la pertinencia actual de su obra y su pensamiento:

La creación al servicio de una nueva sociedad

Para Renau, la creación artística debe estar siempre al servicio de la construcción de una nueva sociedad, y la posición del artista debería ser la de pasar de la contemplación a la acción, al compromiso social, como resume en el primer Editorial de Nueva Cultura en 1935. “esta posición contemplativa debe ser superada. Si necesitamos abrir nuestros ojos y nuestra mente, es porque necesitamos alumbrar nuestra acción. Porque sólo en la acción se da la creación y la realidad auténtica”.

Utilizar el lenguaje creado por el capitalismo contra el propio capitalismo.

Para Renau, no se pueden ignorar las formas y contenidos estéticos burgueses, y no se puede imponer una nueva fórmula de creación artística única y monolítica, ya que sería contraproducente. Con su “American Way Of Life”, Renau planteaba utilizar el lenguaje visual que había creado el capitalismo contra el propio capitalismo.

Tal y como explica Renau en “La función del cartel publicitario”, el capitalismo va perfeccionando sus mecanismos de captación a costa de falsear y encubrir la finalidad verdadera de su función social, que no es otra que la vender sus productos.

Y para eso maneja recursos que incitan sentimientos de las gentes asociándolos a productos de consumo. A través de la publicidad se consigue desmaterializar los objetos y crear alrededor de ellos una idealización. Y en ese proceso, el cartel comercial y la publicidad se van depurando técnicamente y también se van depurando los procedimientos psicológicos de su función.

El capitalismo ha creado sus “dioses en la tierra”, las grandes estrellas del deporte, del cine, las “celebrities” y los asocia a objetos de consumo, para que nos acercamos a esos “dioses”.

En el sentido moderno, la publicidad estaba asociada a la noción de público, de apertura, de espacios abiertos, teniendo su momento más signficativo en los momentos previos a la Revolución Francesa, caracterizado por la lectura de prensa política. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo XIX y fundamentalmente como característica de las sociedades de masas, la publicidad va cambiando progresivamente. Con la conformación de la gran empresa, a partir de l tendencia a la concentración y la formación de monopolios primero y oligopolios después, el espacio público como esfera autónoma comienza a debilitarse ya que son los intereses privados los que comienzan a gobernar el Estado, la polí tica y también la cultura. En este proceso de debilitamiento de la esfera pública podemos entender la creciente presencia de la publicidad capitalista.

En la sociedad actual, resulta casi imposible pensar la vida sin publicidad, y se depende de ella para tomar decisiones en la vida cotidiana. La publicidad en nuestros días es la puesta en escena de la dinámica de las corporaciones transnacionales (Coca-Cola, Apple, Netflix…) que forman parte de nuestras vidas.

Estudiar y analizar el desarrollo del lenguaje de la publicidad será muy importante para cualquier propuesta artística y cultural que pretenda influir decisivamente en la sociedad actual para transformarla.

El fin de la etapa histórica de la creación individual

Para Renau, la etapa histórica de la creación individual, de la pintura de caballete, acabó a principios del siglo XX con las vanguardias, que no tardaron en demostrar su esterilidad estética al dejarse llevar por el mercado del arte. Para él, el trabajo de creación artística en el futuro se hará mayoritariamente en grupos, en colectivo, y ejemplo de ello es el muralismo o el cine considerado como instrumento pedagógico y artístico.

El trabajo colectivo que tuvo que desarrollar en muchos ámbitos a lo largo de su vida, y especialmente su experiencia con Siqueiros en México, marcarían profundamente el pensamiento de Renau en este sentido.

Pero también la cibernética, que ya Renau vislumbró en la prehistoria de la informática, y cuando los ordenadores pesaban varias toneladas, ocupaban decenas de metros cuadrados y ni la ciencia ficción imaginaba la capacidad que se desarrollaría en unas pocas décadas.

La realidad es que en la actualidad la inmensa mayoría de los productos culturales consumidos por la sociedad son creados por el trabajo colectivo, y que apenas un puñado de artistas y creadores individuales pueden sobrevivir en el mercado del arte. Lo cual invita a una reflexión profunda – que escapa al objetivo de este trabajo – sobre la necesidad de avanzar hacia la organización del trabajo colectivo por parte de los artistas, por un lado para enfrentar la precarización del artista ante el mercado del arte, y para enfrentar y frenar la inundación en los espacios culturales de las grandes corporaciones capitalistas.

Nuevos artistas como “hombres y mujeres del Renacimiento”

Para Renau, la formación de los nuevos artistas debía ser semejante a la de los artistas de Renacimiento: completa, variada, sometida a la disciplina de talleres dirigidos por hombres y mujeres con experiencia y méritos probados, abnegados, infatigables, y de moralidad intachable.

Renau creía firmemente en que el artista contemporáneo “debía tener la misma cualidad que los grandes hombres del Renacimiento: ser al mismo tiempo estetas y matemáticos”. El artista debe contribuir, a través del arte, las ciencias y el pensamiento a la búsqueda de la perfección social.

Lo cierto es que sin entrar a considerar las virtudes o deficiencias en la formación de los artistas en la sociedad actual, si hay un elemento que caracteriza al capitalismo es la especialización de los trabajadores y trabajadoras de todos los
ámbitos, aislándolos de las distintas disciplinas, técnicas o humanísticas.

La visión de Renau se traduciría hoy día en un artista que no sólo dominase las distintas técnicas artisticas, sino la Historia, la Informática, la Filosofía, la Economía, la Política, etc…

El mercado del arte condena a los artistas

Para Renau, los artistas que se dejen llevar por el mercado del arte están condenados, en el mejor de los casos a la enajenación, a la alienación de su persona y su obra (si triunfan), y en el peor, a sufrir como artistas excluidos y a ganarse la vida de una manera aún más enajenante, ingrata y precaria.

La realidad vital de la inmensa mayoría de los artistas actuales viven en una situación de precaridad, y la gran mayoría de ellos tienen que compaginar su actividad como pintores, actores, directores, escritores, bailarines, etc. con otro tipo de trabajos, normalmente con unas pésimas condiciones laborales.

En numerosas ocasiones, muchos excelentes artistas se quedan al margen de la llamada “industria cultural”, y son excluidos por un sistema económico para el que la dignidad laboral no es una prioridad, y que obliga a trabajar a cualquier precio, y a veces, gratis.

Lo que planteaba Renau sobre la realidad del artista, es quizá, ya bien entrado el siglo XXI, más grave que en los años 70 del siglo pasado, fundamentalmente tras la caída del “Campo Socialista” (donde él desarrolló su actividad durante las dos últimas décadas de su vida), por lo que la reflexión sobre el papel de los artistas en el mundo actual, y su papel en la transformación de este, es quizá más urgente que entonces.

Por un arte que busque a la gente

“¿Debe la gente buscar al arte o debe el arte buscar a la gente?”, era la reflexión que planteaba Renau. Y argumentaba su posición: “esa cosa tan simple me la planteé a los 20 años […] después de unos éxitos inespe- rados que tuve en Madrid. Yo me dije, ¡no!, el arte tiene que buscar a la gente. Y cuando a la gente la buscaba el arte, estaba en la calle, en el México azteca, Egipto, la Italia renacentista…no se llamaba arte, estaba integrado en la vida. Una escultura era igual que un árbol, un edificio, y la gente no le daba categoría de arte, y vivía dentro de un ambiente artístico. Ahora cuando hablamos del arte es cuando el arte no está en la calle, está encerrado”

Podemos claramente relacionar esta reflexión con lo que algunos autores como el polaco Jan Swidzinski llamó “arte contextual”, y cuya principal característica es la estrecha vinculación con la realidad, ‘no sobre el modo de la representación, sino sobre el modo de la co-presencia, en virtud ésta de una lógica de implicación que ve la obra de arte conectada a un sujeto que pertenece a la his-
toria inmediata. ¿Se trata de hacer valer un arte de contenido político? El artista baja al ruedo: se apodera de la calle, de la fábrica, de la oficina’.

O si nos remontamos hasta el siglo XIX, vemos como ya el pintor francés Gustave Courbet, máximo representante del realismo, y comprometido activista republicano cercano al socialismo revolucionario, plantea cómo el artista hace del mundo su estudio, y señala el realismo como negación del idealismo, fijándose como objetivo producir “arte vivo”.

Renau reflexiona también sobre cómo el gran público reacciona de manera distinta ante una obra gráfica si está en un museo o está en la calle, y como espectador tiene por costumbre considerar el cuadro en un museo con mayor timidez y reserva que en cualquier otro espacio, dado que en este contexto el cuadro aparece como algo solemne y ceremonioso.

Sin embargo, hay circunstancias en que la obra plástica se somete a consideración del público sin ese complejo de inferioridad. Renau plantea en “La función social del Cartel” el ejemplo de cómo el pintor, ilustrador y escenógrafo André Derain sufre la indignación del público ante una de sus exposiciones en una galería, y por otro lado el entusiasmo enfervorecido del mismo público ante la belleza de uno de sus decorados. Algo parecido a lo sucedido a Alberto Sánchez y la fría reacción de los obreros ante sus cuadros y dibujos, frente a los aplausos frenéticos por uno de sus decorados de Fuenteovejuna.

De manera similar actúa la gente ante el cartel en la calle o ante otro tipo de obra gráfica, con más más inteligencia y sin la solemnidad de los museos. El cartel y la decoración son recibidos con familiaridad por el espectador, y en el caso del cartel, desaparece esa presencia misteriosa que rodea los cuadros: “No necesita ‘posar’ para ser obra de arte”.

El comunismo como sistema redentor

La cosmovisión de Renau, y sus sólidas ideas políticas, hacían que no dudase de que el comunismo sería el sistema político que redimiría al ser humano de todas sus aflicciones.

Lo cierto es que el capitalismo nunca habría podido vencer el asalto del siglo XX si no hubiese inundado el mundo con todas las formas posibles de expresión cultural para difundir los valores sobre los que se sostiene: el individualismo, la competitividad y la guerra. Para ello ha utilizado todos los medios a su disposición: la televisión, el cine, la música, los videojuegos, los libros, las revistas, los periódicos, la publicidad. El capitalismo logró imponer la cultura del individualismo, y la propia clase trabajadora y sus organizaciones no supieron responder culturalmente impulsando una nueva cultura de la solidaridad que pusiese a la clase trabajadora en el centro de la transformación social, y que lograse que el conjunto de esta se sintiese parte del mismo sujeto transformador; es decir, la mayoría de la clase trabajadora dejó de considerarse a sí misma como clase trabajadora, y por tanto abandonó su aspiración para disputar la hegemonía y el poder a las clases dominantes.

Hasta el último tercio del siglo XX, el arte, tal y como lo entendían los artistas modernos, estaba caracterizado por la transgresión, la asunción de riesgos estéticos, morales y políticos, pero la irrupción de la post-modernidad empezó traer la apatía y la resistencia a la acción. La posmodernidad rechaza el compromiso político y el radicalismo, y no solo no se resiste a combatir la progresión de la integración cultural, sino que normalmente anima a la institucionalización de la cultura. En palabras de Nestor Kohan la posmodernidad es “la legitimación metafísica de la impotencia política”, y las luchas culturales por las diferencias, aunque justas en sus reclamos específicos, acaban dejando intacto el capitalismo. La batalla cultural y artística contra la posmodernidad, lo es también por tanto contra el orden neoliberal del cual proviene.

En un mundo globalizado, donde la revolución científico-técnica avanza a pasos agigantados, donde la reflexión sobre el papel del ser humano y la necesidad de construir nuevos relatos colectivos se hace cada vez más urgente, y donde el arte y los anclajes sociales y culturales compiten contra la inmediatez de la sociedad de consumo, también en todas las formas de creación cultural, la pertinencia del pensamiento de Josep Renau es absoluta, y aparece ante nosotros su obra diseñada pero nunca realizada, “El trabajador futuro…” como una creación que representa todo lo que pudo ser y no fue, o para muchos artistas una mirada atrás del camino de donde vienen, para recordarles a donde van.